El Conde de Lautréamont y Dolores Veintimilla; los suicidados del tiempo y su nexo

El Conde de Lautréamont y Dolores Veintimilla

El Conde de Lautréamont y Dolores Veintimilla

Siempre es grato encontrarse con estos ‘encuentros imposibles’ literarios, sobre todo con éste que parece tan inverosímil; el proto-surrealista Lautréamont (1846 -1870) y la proto-decapitada Dolores Veintimilla (1829 – 1857). ¿Cómo fue que el poeta uruguayo-francés tan famoso en todo círculo artístico llegó a conocer a la poetisa ecuatoriana de la que aún en su país de origen sigue siendo una desconocida? Es algo grato en verdad. A continuación el párrafo, extracto de su Poésies I, donde Isidore Lucien Ducasse (verdadero nombre del Conde) menciona a Dolores: 

Constato, con amargura, que no quedan más que algunas gotas de sangre en las arterias de nuestras tísicas épocas. Desde los lloriqueos odiosos y especiales, patentados sin garantía de un punto de referencia, de los Jean-Jacques Rousseau, de los Chateaubriand y de las nodrizas con bragas de niño de pecho Obermann, a través de los demás poetas que se han revolcado en el fango impuro, hasta el sueño de Jean-Paul, el suicidio de Dolores Veintimilla, el Cuervo de Alían, la Comedia Infernal del polaco, los ojos sanguinarios de Zorrilla, y el inmortal cáncer. Una Carroña, que pintó antaño, con amor, el amante mórbido de la Venus hotentote, los dolores inverosímiles que este siglo ha creado para sí mismo, en su querer monótono y repugnante, lo han vuelto tísico. ¡Larvas absorbentes en su letargo insoportable!

Para muchos esta mención no pasará de una nimiedad sin importancia y sin relevancia histórica, pero para el amante de la literatura -sobre todo el ecuatoriano- significa algo por demás relevante. Se trata de uno de los grandes exponentes de la literatura mundial y su conocimiento de una de las poetisas más importantes del país, en tiempos que ésta no era conocida ‘ni por su mamá’ como reza el vulgo, aquí radica la extrañeza del suceso y precisamente por esto ha sido materia de estudio e investigación a lo largo de siglos. Hace poco (2012) el investigador uruguayo Ruperto Long llegaba al país con un libro sobre la vida del Conde donde mencionaba su conexión con Veintimilla, ‘agitando el avispero’ del círculo intelecual/oide ecuatoriano y dejar sobre la mesa la investigación del cómo se dio el nexo.

Este dilema, sin embargo, al parecer ya ha sido solucionado por la investigadora ecuatoriana María Helena Barrera-Agarwal quien menciona que muy probablemente se dio gracias al escritor peruano Ricardo Palma, quien en 1861 publicaba un ensayo sobre Dolores y su trágico suicidio. Este ensayo pudo haber llegado a manos de Isidore en una de sus visitas a su natal Uruguay, ya que Palma tenía gran difusión en Sudamérica, y tan tan, fin del misterio. ¿O acaso todavía no? La verdadera respuesta la sabremos en una de aquellas visitas pagadas en la máquina del tiempo, por ahora solo nos toca seguir imaginando. 

Aparte de este entrelazo literario, las dos figuras comparten más puntos en común: el haber fallecido jóvenes por ejemplo, Isidore víctima de una misteriosa fiebre y Dolores tomando cianuro de potasio acabando así con su vida llena de problemas personales; prácticamente desconocidos y menospreciados en su tiempo; reconocidos por el público y la crítica solo después de su muerte; ser considerados pioneros y hasta mártires de movimientos artísticos que ellos no llegarían a ver, el Dadaismo de Tristan Tzara y el Surrealismo de André Breton en el caso del Conde, y los textos de la Generación Decapitada en el caso de Dolores. 

La obra más famosa del Conde es, sin duda, los Cantos de Maldoror, el único libro que llegó a publicar en vida, epítome de ‘maldad’ pura y cuna de imágenes surrealistas y versos dadá, sus textos les serán muy familiares a lo que han visto parir de Dalí y Buñuel. Con esta obra el Conde alcanzó la inmortalidad logrando calar hasta lo más hondo de cada generación que llega a leerlo y llegando a inspirar nuevas formas de hacer arte, como ya lo hemos visto. En el caso de Dolores, su poesía fue casi totalmente destruida por ella misma, sin embargo algunos poemas han sido recopilados, siendo el más famoso el hermoso poema titulado Quejas, donde expresa su dolor de una forma sublime. Espero que con esto se incremente la atención a la obra de poetas ecuatorianos, obra por demás desconocida e infravalorada sobre todo por los mismos ecuatorianos. Por supuesto que me quedo corto al «reseñar» a estos monstruos de la literatura, pero estoy seguro ya los revisitaremos en otra ocasión. En el adiós se llega a las poesías:

Los cantos de Maldoror, Canto Sexto [Fragmento]

La suma de los días no cuenta ya cuando se trata de apreciar la capacidad intelectual de un rostro serio. Sé leer la edad en las líneas fisiognómicas de la frente: ¡tiene dieciséis años y cuatro meses! Es bello como la retractilidad de las garras en las aves de rapiña; o, también, como la incertidumbre de los movimientos musculares en las llagas de las partes blandas de la región cervical posterior; o mejor, como esa ratonera perpetua, constantemente tendida de nuevo por el animal atrapado, que puede cazar por sí sola, indefinidamente, roedores y funcionar, incluso, oculta bajo la paja; y, sobre todo, como el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección.

Dolores Veintimilla – Quejas

¡Y amarle pude!… al sol de la existencia
se abría apenas soñadora el alma…
Perdió mi pobre corazón su calma
desde el fatal instante en que le halle.
Sus palabras sonaron en mi oído
como música blanda y deliciosa;
subió a mi rostro el tinte de la rosa;
como la hoja en el árbol vacilé.
Su imagen en el sueño me acosaba
siempre halagüeña, siempre enamorada;
mil veces sorprendiste, madre amada,
en mi boca un suspiro abrasador.
Y era él quien lo arrancaba de mi pecho
él, la fascinación de mis sentidos;
él, ideal de mis sueños más queridos;
él, mi primero, mi ferviente amor.
Sin él, para mí, el campo placentero
en vez de flores me obsequiaba abrojos
sin él eran sombríos a mis ojos
del sol los rayos en el mes de abril.
Vivía de su vida aprisionada;
era el centro de mi alma el amor suyo,
era mi aspiración, era mi orgullo…
¿Por qué tan presto me olvidaba el vil?
No es mío ya su amor que a otra prefiere
sus caricias son frías como el hielo.
Es mentira su fe, finge desvelo…
Mas no me engañará con su ficción.
¡Y amarle pude delirante, loca!
¡No! mi altivez no sufre su maltrato;
y si a olvidar no alcanzas al ingrato
¡te arrancaré del pecho, corazón!

El Conde de Lautréamont – Poésies I

Lautreamont

Es muy raro que haga esto, pero he decidido ceder mi espacio a otro autor, sí, lo siguiente que leerán es enteramente de otro autor, post necesario para la comprensión de uno subsecuente. Es raro por lo celoso y cuidadoso que soy con mi blog, siendo el autor de todas las entradas, claro, citando a muchos autores pero nunca dejándoles que hablen por mí páginas enteras, plagios inconscientes también deben existir muchos, pero como decía mi invitado de hoy: El plagio es necesario. Está implícito en la idea de progreso. Por supuesto espero no haber incurrido en aquello. Pero ¿quién es mi invitado se preguntan? Pues un viejo conocido del blog y de ustedes, todo un héroe de las letras, considerado en Francia hasta más importante que Rimbaud, sí, ¡adivinaron! Con ustedes El Conde de Lautréamont y su prólogo de Poésies I: 

 

Los gemidos poéticos de este siglo son sólo sofismas. Los primeros principios deben estar fuera de discusión.

Acepto a Eurípides y a Sófocles, pero no acepto a Esquilo.

No deis muestra de carecer. de la más elemental decencia y del mal gusto hacia el Creador.

Rechazad la incredulidad: me causaréis placer.

No existen dos clases de poesía; sólo hay una.

Existe una convención poco tácita entre el autor y el lector, por la cual el primero se denomina enfermo, y acepta al segundo como enfermero. ¡El poeta es quien consuela a la humanidad! Los papeles están arbitrariamente invertidos.

No quiero ser mancillado con el calificativo de presuntuoso.

No dejaré memorias.

La poesía no es la tempestad, tampoco el ciclón. Es un río majestuoso y fértil.

Solamente admitiendo la noche físicamente, se le ha llegado a aceptar moralmente. ¡Oh Noches de Young!, ¡cuántas jaquecas me habéis causado!

Se sueña sólo cuando se duerme. Son palabras como sueño, nada de la vida, paso por la tierra, la preposición tal vez, el trípode desordenado, quienes han infiltrado en vuestras almas esa poesía húmeda de languideces, semejante a la podredumbre. De las palabras a las ideas sólo hay un paso.

Las perturbaciones, las ansiedades, las depravaciones, la muerte, las excepciones en el orden físico o moral, el espíritu de negación, los embrutecimientos, las alucinaciones servidas por la voluntad, los tormentos, la destrucción, los trastornos, las lágrimas, las insaciabilidades, los servilismos, las imaginaciones penetrantes, las novelas, lo inesperado, lo que no hay que hacer, las singularidades químicas del buitre misterioso que acecha la carroña de alguna ilusión muerta, las experiencias precoces y abortadas, las oscuridades con caparazón de chinche, la monomanía terrible del orgullo, la inoculación de los estupores profundos, las oraciones fúnebres, las envidias, las traiciones, las tiranías, las impiedades, las irritaciones, las acrimonias, los despropósitos agresivos, la demencia, el spleen, los espantos razonados, las inquietudes extrañas que el lector preferiría no sentir, las muecas, las neurosis, las hileras sangrantes por las cuales se hace pasar la lógica acorralada, las exageraciones, la ausencia de sinceridad, las burlas, las vulgaridades, lo sombrío, lo lúgubre, los partos peores que los crímenes, las pasiones, el clan de los novelistas de tribunales, las tragedias, las odas, los melodramas, los extremos presentados a perpetuidad, la razón impunemente silbada, los olores de los cobardes, las desazones, las ranas, los pulpos, los tiburones, el simún del desierto, lo sonámbulo, turbio, nocturno, somnífero, noctámbulo, viscoso, foca parlante, equívoco, tuberculoso, eespasmódico afrodisíaco, anímico, tuerto, hermafrodita, bastardo, albino, pederasta, fenómeno de acuario y mujer bar-buda, las horas borrachas de desencanto taciturno, las fantasías, las acritudes, los monstruos, los silogismos desmoralizadores, las basuras, lo que no reflexiona como el niño, la desolación, el manzanillo intelectual, los chancros perfumados, las nalgas con camelias, la culpabilidad de un escritor que rueda por la pendiente de la nada y se desprecia a sí mismo con gritos alegres, los remordimientos, las hipocresías, las perspectivas vagas que os trituran con sus engranajes imperceptibles, los serios escupitajos sobre los axiomas sagrados, los piojos y sus cosquilleos insinuantes, los prefacios insensatos, como los de Cromwell, la señorita de Maum y de Dumas hijo, las caducidades, las impotencias, las blasfemias, las asfixias, los ahogos, las rabias ante esos osarios inmundos que hacen que enrojezca al nombrarlos, es hora de reaccionar ya contra lo que nos lastima y nos doblega tan soberanamente.

Vuestro espíritu es arrastrado continuamente fuera de sus casillas y, sorprendido en la trampa de las tinieblas, construido con arte grosero por el egoísmo y el amor propio.

El gusto es la cualidad fundamental que resume a todas las demás cualidades. Es el nec plus ultra de la inteligencia. A él sólo se debe que el genio sea la salud suprema y el equilibrio de todas las facultades. Villemain es treinticúatro veces más inteligente que Eugene Sue y Frédéric Soulié. Su prefacio al Diccionario de la Academia verá la muerte de las novelas de Walter Scott, de Fenimore Cooper, de todas las novelas posibles e imaginables. La novela es un género falso, porque describe las pasiones por sí mismas: la conclusión moral está ausente. Describir las pasiones no es nada; basta con nacer un poco chacal, un poco buitre, un poco pantera. No nos interesa nada. Describirías, para someterlas a una elevada moralidad, como Corneille, es otra cosa. El que se abstenga de hacer lo primero, siendo capaz de admirar y comprender a quienes les es dado hacer lo segundo, sobrepasa, con toda la superioridad de las virtudes sobre los vicios, al que hace lo primero.

Es suficiente que un profesor de segundo curso se diga: «Aunque me dieran todos los tesoros del universo, no querría haber escrito novelas parecidas a las de Balzac y Alejandro Dumas», para que, por eso sólo, sea más inteligente que Alejando Dumas y Balzac. Es suficiente que un alumno de tercero se haya convencido de que no hay que cantar las deformidades físicas e intelectuales, para que, por eso sólo, sea más fuerte, más capaz, más inteligente que Victor Hugo, si sólo hubiera escrito novelas, dramas y cartas.

Alejandro Dumas hijo jamás pronunciará un discurso de distribución de premios en un liceo. No sabe lo que es la moral. Ésta no transige. Si la pronunciara, antes tendría que tachar de un plumazo todo lo que ha escrito hasta ahora, comenzando por sus absurdos prefacios. Reunid un jurado de hombres competentes: sostengo que un buen alumno de segundo es más fuerte que él en no importa qué, incluso en la sucia cuestión de las cortesanas.

Las obras maestras de la lengua francesa son los discursos de distribución en los liceos y los discursos académicos. En efecto, la instrucción de la juventud es la más bella expresión del deber, y una buena apreciación de las obras de Voltaire (profundizad en la palabra apreciación) es preferible a las obras mismas. ¡ Naturalmente!

Los mejores autores de novelas y de dramas desnaturalizarían a la larga la famosa idea del bien, silos cuerpos docentes, conservadores de lo justo, no mantuvieran a las generaciones jóvenes y viejas en el camino de la honestidad y el trabajo.

En su propio nombre, y a su pesar, si es preciso, vengo a renegar, con voluntad indómita y férrea tenacidad, del horrible pasado de la llorona humanidad. Si: quiero proclamar lo bello en una lira de oro, excepción hecha de las tristezas escrofulosas y de las jactancias estúpidas que descomponen, en su frente, a la poesía cenagosa de este siglo. Pisotearé con mis pies las estrofas agrias del excepticismo, que no tiene razón de ser. El juicio, una vez introducido en la eflorescencia de su energía, imperioso y resuelto, sin oscilar un segundo en las incertidumbres irrisorias de una piedad mal situada, como un procurador general, fatídicamente las condena. Hay que velar sin descanso sobre los insomnios purulentos y las pesadillas atrabiliarias. Desprecio y execro el orgullo y las voluptuosidades infames de una ironía, convertida en rémora, que desplaza la exactitud del pensamiento.

Algunos caracteres excesivamente inteligentes, no hay por qué invalidarlos con palinodias de dudoso gusto, se han arrojado a ciegas en los brazos del mal. El ajenjo, que no creo sabroso, sino nocivo, mató moralmente al autor de Rolla. ¡Ay de los golosos! Apenas había entrado en la edad madura el aristócrata inglés, cuando su arpa se quebró bajo los muros de Missolonghi, después de haber recogido a su paso las flores que encubren el opio de los tristes aniquilamientos.

Aunque superior a los genios corrientes, si hubiera encontrado en su tiempo a otro poeta, dotado como él de similares dosis de una inteligencia excepcional, y capaz de presentarse como su rival, habría sido el primero en confesar la inutilidad de sus esfuerzos para producir maldiciones disparatadas, y que el bien exclusivo sólo es declarado digno de apropiarse de nuestra estima por la voz de la totalidad de los mundos. El hecho es que no existió nadie que lo combatiera con ventaja. Esto es lo que nunca se ha dicho. ¡Cosa extraña!, incluso al hojear los libros y cuadernos de su época, a ningún crítico se le ocurrió poner de relieve el riguroso silogismo que precede. Y no es sino aquel que lo supere quien pueda haberlo inventado. Tan llenos estaban de estupor y de inquietud, más que de reflexiva admiración, ante obras escritas por una mano pérfida, pero que sin embargo revelaban las imponentes manifestaciones de un alma que no pertenecía al común de los hombres, y que se encontraba cómoda entre las últimas consecuencias de uno de los dos problemas menos oscuros que interesan a los corazones no solitarios: el bien, el mal. A cualquiera no le es dado abordar los extremos, sea en un sentido, sea en otro. Esto éxplica por qué -aunque se elogie, sin segunda intención, la inteligencia maravillosa que de-nota a cada instante, él, uno de los cuatro o cinco faros de la humanidad- se hacen en silencio numerosas reservas sobre las aplicaciones y el empleo injustificables que de ella se ha hecho a sabiendas. No hubiera debido recorrer los dominios satánicos.

La rebelión feroz de los Troppmann, de los Napoleón 1, de los Papavoine, de los Byron, de los Victor Noir y de las Charlotte Corday será mantenida a distancia de mi severa mirada. A esos grandes criminales., de títulos tan diversos, los aparto con un gesto. ¿A quién creen engañar aquí?, pregunto con una lentitud que se intetpone. ¡Oh caballitos de presidio! ¡Pompas de jabón! ¡Muñecos de tripa! ¡Cordones usados! Que se aproximen los Konrad, los Manfred, los Lara, los marinos que se parecen al Corsario, los Mefistófeles, los Werther, los Don Juan, los Fausto, los Yago, los Rodin, los Calígula, los Cain, los Iridion, las arpías a la manera de Colomba, los Ahrimán, los manitúes maniqueos, embadurnados de sesos, que guardan la sangre de sus víctimas en las pagodas sagradas del Indostán, la serpiente, el sapo y el cocodrilo, divinidades consideradas como anormales del antiguo egipto, los hechiceros y las potencias demoniacas de la Edad Media, los Prometeo, los Titanes de la mitología fulminados por los Júpiter, los Dioses Malignos vomitados por la imaginación primitiva de los pueblos bárbaros -toda la serie escandalosa de los diablos de cartón. Con la certeza de vencerlos, tomo la fusta de la indignación y de la concentración que sopesa, y espero a esos monstruos a pie firme, como su previsto domador.

Hay escritores denigrados, peligrosos bufones, truhanes de tres al cuarto, sombríos mistificadores, verdaderos alienados, que merecerían poblar Bicetre. Sus cabezas cretinoides, de las que se ha quitado una teja, crean fantasmas gigantescos que descienden en lugar de subir. Ejercicio escabroso; gimnasia especiosa. Pasa, pues, grotesco petimetre. Por favor, alejaos de mi presencia, fabricantes al por mayor de acertijos prohibidos, en los cuales no percibía antes, al primer golpe, como hoy, el secreto de la solución frívola. Caso patológico de un egoísmo formidable. Autómatas fantásticos: señalaos con el dedo uno a otro, hijos míos, el epíteto que los vuelva a su lugar.

Si existiesen, bajo una plástica realidad, en alguna parte, a pesar de su inteligencia probada, aunque engañosa, serían el oprobio, la hiel de los planetas que hábitarían, la vergúenza. Imagináoslos, por un instante, reunidos en sociedad con substancias que fueran sus semejantes. Sería una sucesión ininterrumpida de combates que no hubiera soñado los dogos, prohibidos en Francia, los tiburones y los cachalotes macrocéfalos. Serían torrentes de sangre en esas regiones caóticas llenas de hidras y de minotauros, de donde la paloma, asustada siempre, huye a todo vuelo. Sería un amontonamiento de bestias apocalípticas que no ignoran lo que hacen. Serían choques de pasiones, de irreconcilabilidades y de ambiciones, a través de los aullidos de un orgullo que no se deja leer, que se contiene, y cuyos escollos y bajos fondos nadie puede, ni siquiera aproximadamente, sondear.

Pero no se me impondrán más. Sufrir es una debilidad, cuando uno puede impedirlo y hacer algo mejor. Exhalar los sufrimientos de un esplendor no equilibrado, es demostrar, ¡oh moribundos de las marismas perversas!, todavía menos resistencia y valor. Con mi voz y mi solemnidad de los grandes días, te llamo de nuevo en mis desiertos hogares, gloriosa esperanza. Ven a sentarte junto a mí, envuelta en tu manto de ilusiones, sobre el trípode razonable de los apaciguamientos. Como un muelle que se desecha, te arrojé de mi morada, con un látigo de cuerdas de escorpiones. Si deseas que esté persuadido de que has olvidado, al regresar a mi casa, las penas que, bajo el indicio de los arrepentimientos, te causé en otro tiempo, trae contigo entonces, cortejo sublime -¡sostenedme, que me desmayo!-, las virtudes ofendidas y sus imperecederas reparaciones.

Constato, con amargura, que no quedan más que algunas gotas de sangre en las arterias de nuestras tísicas épocas. Desde los lloriqueos odiosos y especiales, patentados sin.garantía de un punto de referencia, de los Jean-Jacques Rousseau, de los Chateaubriand y de las nodrizas con bragas de niño de pecho Obermann, a través de los demás poetas que se han revolcado en el fango impuro, hasta el sueño de Jean-Paul, el suicidio de Dolores Veintimilla, el Cuervo de Alían, la Comedia Infernal del polaco, los ojos sanguinarios de Zorrilla, y el inmortal cáncer. Una Carroña, que pintó antaño, con amor, el amante mórbido de la Venus hotentote, los dolores inverosímiles que este siglo ha creado para sí mismo, en su querer monótono y repugnante, lo han vuelto tísico. ¡Larvas absorbentes en su letargo insoportable!

Vamos, música.

Sí, buenas gentes, soy yo quien ordena quemar, sobre una badila enrojecida al fuego, con un poco de azúcar amarilla, el pato de la duda con labios de vermut, que derramando, en una lucha melancólica entre el bien y el mal, lágrimas que no llegan del corazón, sin máquina neumática, hace en todas partes el vacío universal. Es lo mejor que podéis hacer.

La desesperación, nutriéndose con un propósito decidido de sus fantasmagorías, conduce imperturbablemente al literato a la abrogación en masa de las leyes divinas y sociales, y a la perversidad teórica y práctica. En una palabra, hacer que predomine el trasero humano en los razonamientos. ¡Vamos, dadme la palabra! Uno se vuelve malo, lo repito, y los ojos toman el tinte de los condenados a muerte. No retiraré lo que adelanto. Quiero que mi poesía pueda ser leída por una muchacha de catorce años.

El verdadero dolor es incompatible con la esperanza. Por muy grande que sea ese dolor, la esperanza aún se alza a cien codos más arriba. Por tanto, dejadme tranquilo con los buscadores. ¡Abajo las patas, abajo, perras ridículas, pretenciosos, presumidos! Lo que sufre, lo que diseca los misterios que nos rodean, ya no espera. La poesía que discute las verdades necesarias es menos bella que la que no las discute. Indecisiones a ultranza, talento mal empleado, pérdida de tiempo: nada será tan fácil de comprobar.

Cantar a Adamastor, Jocelyn, Rocambole, es pueril. No porque el autor espere que el lector sobreentienda que perdonará a sus héroes, sino porque se traiciona a sí mismo y se apoya sobre el bien para hacer pasar la descripción del mal. En nombre de esas mismas virtudes que Frank ha desconocido, nosotros queremos soportarlo, oh saltimbanquis de los malestares incurables.

¡No hagáis como esos exploradores sin pudor, espléndidos de melancolía a sus ojos, que encuentran cosas desconocidas en sus espíritus y en sus cuerpos!

La melancolía y la tristeza son ya el comienzo de la duda; la duda es el comienzo de la desesperación; la desesperación es el comienzo cruel de los diferentes grados de la maldad. Para que os convenzáis de ello, leed la Confesión de un hijo del siglo. La pendiente es fatal, una vez que uno se arroja por ella. Es seguro que se llaga a la maldad. Desconfiad de la pendiente. Extirpad el mal de raíz. No estimuléis el culto de adjetivos tales como indescriptible, inenarrable, rutilante, incomparable, colosal, que mienten desvergonzadamente a los sustantivos que desfiguran: son perseguidos por la lubricidad.

Las inteligencias de segunda clase, como Alfredo de Musset, pueden llevar tenazmente una o dos de sus facultades mucho más lejos que las facultades correspondientes de las inteligencias de primera clase, Lamartine, Hugo. Estamos en presencia del descarrilamiento de una locomotora fatigada. Es una pesadilla que sostiene la pluma. Sabed que el alma se compone de una veintena de fácultades. ¡Habladme de esos mendigos que llevan un~sombrero estupendo junto a sus sórdidos harapos!

He aquí un medio de constatar la inferioridad de Musset frente a los dos poetas. Leed delante de una muchacha, Rolla o Las Noches, Los Locos de Cobb, o si no, los retratos de Gwynplaine y Dea, o el relato de Terámenes de Eurípides, traducido en versos franceses por Racine padre. La muchacha se sobresalta, frunce las cejas, alza y baja las manos, sin fin determinado, como un hombre que se ahoga; los ojos lanzarán fulgores verdosos. Leedle la Oración para todos, de Victor Hugo. Los efectos son diametralmente opuestos. La clase de electricidad no es la misma. Ella ríe a carcajadas y pide más.

De Hugo sólo quedarán las poesía sobre los niños, entre las que hay muchas muy malas.

Pablo y Virginia ofende a nuestras más profundas aspiraciones a la felicidad. Antaño, este episodio que rezuma oscuridad desde la primera a la última página, sobre todo el naufragio final, me producía rechinar de dientes. Me revolcaba por la alfombra y daba patadas a mi caballo de madera. La descripción del dolor es un contrasentido. Hay que hacer ver todo por la parte bella. Si esta historia fuese contada como una simple biografía, no la atacaría. Cambia en seguida de carácter. La desgracia se vuelve augusta por la voluntad impenetrable de Dios, que la creó. Pero el hombre no debe crear la desgracia en sus libros. Es querer considerar a toda costa sólo un lado de las cosas. ¡Oh qué maniáticos chillones sois!

No reneguéis de la inmortalidad del alma, de la sabiduría de Dios, de la grandeza de la vida, del orden que se manifiesta en el universo, de la belleza corporal, del amor a la familia, del matrimonio, de las instituciones sociales. Dad de lado a los escritorzuelos funestos: Sand, Balzac, Alejandro Dumas, Musset, Du Terrail, Féval, Flaubert, Baudelaire, Leconte y la Huelga de los Herreros.

No trasmitáis a los que os leen más que la experiencia que se desprende del dolor, y que no es el dolor mismo. No lloréis en público.

Hay que saber arrancar bellezas literarias hasta en el seno de la muerte; pero esas bellezas no pertenecen a la muerte. La muerte no es en ese caso más que la causa ocasional. No es el medio, es el fin, que no es la muerte.

Las verdades inmuntables y necesarias, que dan gloria a las naciones, y que la duda en vano se esfuerza por pertubar, comenzaron con las edades. Son cosas que no se debería tocar. Los que quieren introducir la anarquía en la literatura, con el pretexto de novedad, caen en un contrasentido. No se atreven a atacar a Dios y atacan a la inmortalidad del alma. Pero la inmortalidad del alma es también tan vieja como los cimientos del mundo. ¿Qué otra creencia la reemplazará, si es que debe ser reemplazada? No siempre será una negación. Si se recuerda la verdad de donde han surgido todas las demás, la bondad absoluta de Dios y su ignorancia absoluta del mal, los sofismas se hundirán por si mismos. Se hundirá al mismo tiempo la literatura poco Poética que se apoyó sobre ellos.

Toda literatura que discute los axiomas eternos está condenada a no vivir más que de sí misma. Es injusta. Los novissima verba hacen sonreír considerablemente a los muchachos sin pañuelo de cuarto. No tenemos derecho a interrogar al Creador sobre lo que sea.

Si sois agradecidos, no hay que decírselo al lector. Guardarlo para vosotros mismos.

Si se corrigieran los sofismas en el sentido de las verdades correspondientes a esos sofismas, sólo sería verdad la corrección, mientras que la pieza así retocada tendría derecho a no llamarse falsa. El resto estaría fuera de la verdad con trazas de falso, por consiguiente nulo, y considerado, forzosamente, como no a venido.

La poesía personal realizó su tiempo de truhanerías relativas y de contorsiones contingentes. Tomemos de nuevo el hilo indestructible de la poesía impersonal, bruscamente interrumpida desde el nacimiento del filósofo malogrado de Ferney, desde el aborto del gran Voltaire.

Parece bello, sublime, bajo pretexto de humildad o de orgullo, discutir las causas finales y falsear las consecuencias estables y conocidas. ¡Desengañaos, porque no hay nada más necio! Reanudemos la cadena regular con los tiempos pasados; la poesía es la geometría por excelencia. Desde Racine, la poesía no ha progresado un milímetro. Ha retrocedido. ¿Gracias a quién? A las Grandes Cabezas Blandas de nuestra época. Gracias a los afeminados, Chateaubriand, el MohicanoMelancólico; Sénacour, el Hombre con Faldas; JeanJacques Rousseau, el Socialista Arisco; Anne Radcliffe, el Espectro Chiflado; Edgar Poe, el Mameluco de los Sueños de Alcohol; Maturin, el Compadre de las Tinieblas; George Sand, el Hermafrodita Circunciso; Théophile Gautier, el Incomparable Especiero; Leconte, el Cautivo del Diablo; Goethe, el Suicidado por Llorar; Sainte-Beuve, el Suicidado por Reír; Lamartine, la Cigúeña Lacrimógena; Lermontoff, el Tigre que Ruge; Victor Hugo, la Fúnebre Estaca Verde; Misckiéwickz, el Imitador de Satán; Musset, el Petimetre Sin Camisa Intelectual; y Byron, el Hipopótamo de las Junglas Infernales.

La duda ha existido en todo tiempo como minoría. En este siglo está en mayoría. Respiramos la violación del deber por los poros. Eso sólo se ha visto una vez, y no se volverá a ver.

Las nociones de la simple razón están de tal manera oscurecidas en la hora presente, que lo primero que hacen los profesores de cuarto, cuando enseñan a escribir versos latinos a sus alumnos, jóvenes poetas con la boca humedecida de leche materna, es revelarles por medio de la práctica el nombre de Alfredo de Musset. ¡Os pido demasiado! Los profesores de tercero, además, dan en sus clases a traducir en verso griego dos sangrantes episodios. El primero es la repugnante comparación del pelícano. El segundo, la espantosa catástrofe que le sucedió a un labriego. ¿Para qué mirar el mal? ¿No está en minoría? ¿Por qué hacer inclinar la cabeza de un alumno sobre asuntos que, a falta de haber sido comprendidos, hicieron perder la suya a hombres como Pascal y Byron?

Un alumno me contó que su profesor de segundo daba todos los días en su clase a traducir dos carroñas en verso hebreo. Esas llagas de la naturaleza animal y humana hicieron que estuviera enfermo durante un mes, que pasó en una enfermería. Como no nos conocíamos, me hizo llamar por su madre. Me contó, aunque ingenuamente, que sus noches eran turbadas por sueños persistentes. Creía ver a un ejército de pelícanos que se abatían sobre su pecho y lo desgarraban. A continuación se iban volando hacia una choza en llamas. Se comían a la mujer del labriego y a sus hijos. Con el cuerpo ennegrecido por las quemaduras, el labriego salía de la casa y entablaba con los pelicanos un atroz combate. Todo se precipitaba luego sobre la choza, que se derrumbaba. De la elevada masa de escombros -eso nunca fallaba- vela salir a su profesor de segundo, sosteniendo su corazón en una mano y en la otra uná hoja de papel en donde se descifraba, con rasgos de azufre, la comparación del pelícano y la del labriego, tal como Musset mismo las ha compuesto. No fue fácil, en un principio, pronosticar la clase de enfermedad. Le recomendé que guardara cuidadoso silencio y de que no hablara de ello a nadie, sobre todo a su profesor de segundo. Le aconsejé a su madre que se lo llevara algunos días a su casa, y le aseguré que todo pasaría. En efecto, me preocupé de ir todos los días durante algunas horas, y todo pasó.

Es preciso que la crítica ataque la forma, jamás el fondo de vuestras ideas, de vuestras frases. Arregláoslas.
Los sentimientos son la forma de razonamiento más incompleta que se pueda imaginar.

Todo el agua del mar no bastaría para lavar una mancha de sangre intelectual.

(Poésies, 1870)

Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont


Visita al Diablo Mundo XVII: Georges Bataille – Historia del Ojo

Story of the Eye

Hasta siento un poco de pena por introducir a Georges Bataille (Billom, 1901 – París, 1962) en mi blog con este texto -ojo que no estoy desdeñando éste- y no con otro de aquellos que son verdaderamente fundamentales. Algo injusto en verdad, presentarlo con un ensayo erótico. Sí, erótico no sexual, ya que según Bataille el hombre, a diferencia de los animales, no tiene sexo simplemente con el fin de procrear, haciendo del coito un acto erótico, ‘El erotismo es asentir a la vida hasta en la muerte’ diría alguna vez. No soy tan fan de la literatura erótica, además desde que llegué a ver hentai japonés en mi adolescencia para mí ya no existen los tabúes ni nada que me escandalice, pero hay algo acerca de este texto, no solo porque está escrito por uno de los grandes filósofos del siglo XX, ni por que es considerado la obra maestra de la literatura erótica, tiene ese algo que logró atraparme desde el primer párrafo, fue lectura corrida sin parar, con muy pocos textos nos sucede ésto, terminarlo de una sola ‘tirada’, y no era el morbo lo que me hacía continuar leyéndolo, no, ni la manera cómo estaba escrito, recordemos que a pesar de todas sus virtudes Bataille era considerado un pésimo escritor, y eso nos da ánimos a quienes compartirnos aquella característica; quizá fue el ritmo, sí, el texto parece casi una melodía sexual, no es morbo pero sí curiosidad, los personajes se hacen tus amigos de inmediato, deseas saber qué les deparará la siguiente página, ¿acaso yo podría hacer lo mismo? Es la pregunta que más asaltará sus mentes, claro, a aquellos que han sido hilados por la perversión. A otros, la mayoría, provocará carcajadas y hasta repulsión, ¿pero acaso jamás vio la Biblia Negra, leyó una novela del Marqués de Sade o las cartas de Artaud? Ah, el bien Marqués, clara influencia de Bataille.

Study for Georges Bataille’s Story of the Eye by Hans Bellmer

Study for Georges Bataille’s Story of the Eye by Hans Bellmer

¿Pero qué hace que un filósofo, considerado como «un nuevo místico» por Jean-Paul Sartre o «un obseso» por André Breton, y «uno de los más grandes escritores del siglo» por Michel Foucault, escriba uno de los textos eróticos considerados de los más repulsivos en la historia? Qué lo mueve, la curiosidad por supuesto, la pulsión experimental, el naciente surrealismo y el popular psicoanálisis freudiano. Toma una pareja de adolescentes franceses, el joven narrador, su pareja Simone, acompañados de la tímida y reprimida sexualmente lolita con trastorno bipolar Marcelle, y el aristócrata voyeurista Sir Edmund y los transforma en una suerte de Bonnie y Clyde del erotismo explícito, las aventuras de estos jovenzuelos los lleva a España donde desencadenan los sucesos más hilarantes, sacrílegos y lascivos, como por ejemplo:

—Mire, le dijo Simone, las hostias están en el copón y en el cáliz se echa vino blanco. —Huele a semen, dijo ella, olisqueando las hostias. —Así es, asintió Sir Edmond, como ves, las hostias no son otra cosa que la esperma de Cristo bajo la forma de galletitas blancas. En cuanto al vino que se pone en el cáliz, los eclesiásticos dicen que es la sangre de Cristo, pero es evidente que se equivocan. Si de verdad fuera la sangre, beberían vino tinto, pero como sólo beben vino blanco, de-muestran que en el fondo de su corazón saben bien que es orina. 

Los párrafos no son lo que parecen, ocultan infinitas metáforas que para muchos pasan inadvertidas, muy probablemente hasta por el mismo autor. El uso de los ojos, huevos y testículos para fines masturbatorios de Simone, y los diversos fluidos que protagonizan las viñetas, claramente inspirados en las obras surrealistas (El Perro Andaluz de Dalí y Buñuel, anyone? Aunque publicado posteriormente al libro) dan para miles de interpretaciones psicoanalíticas y filosóficas, hasta el mismísimo Roland Barthes se aventuró a darle una. A nosotros también nos queda darle la nuestra y quizá acertemos. A pesar de las lineas explícitamente sexuales que componen el texto, también contiene muchas frases que lo invitarán a la reflexión, y hasta otras que lo cautivarán:

Esa noche se nos ocurrió la idea de masturbarnos, pero permanecimos infinitamente abrazados, unidas nuestras bocas, jamás nos había ocurrido.

Georges Bataille

Georges Bataille

Este libro, aunque desdeñado por muchos, se ha convertido en una gran referente para la cultura pop en general. Mención especial le hacemos a Björk, quien ha mencionado en reiteradas ocasiones que éste es su libro preferido y uno de los textos que más han influenciado su vida, hasta le sirvió de inspiración para la creación del video de Venus as a Boy:

Deje que su lado más salvaje salga a flote, explore sus más profundos deseos, viaje junto a estos personajes por los párrafos que lo harán reír, sonrojar, vomitar y orgasmear.

A muchos el universo les parece honrado; las gentes honestas tienen los ojos castrados. Por eso temen la obscenidad. No sienten ninguna angustia cuando oyen el grito del gallo ni cuando se pasean bajo un cielo estrellado. Cuando se entregan ‘a los placeres de la carne’, lo hacen a condición de que sean insípidos. Pero ya desde entonces no me cabía la menor duda: no amaba lo que se llama ‘los placeres de la carne’ porque en general son siempre sosos; sólo amaba aquello que se califica de ‘sucio’.

Georges Bataille – Historia del Ojo [PDF]