El Conde de Lautréamont y Dolores Veintimilla; los suicidados del tiempo y su nexo

El Conde de Lautréamont y Dolores Veintimilla

El Conde de Lautréamont y Dolores Veintimilla

Siempre es grato encontrarse con estos ‘encuentros imposibles’ literarios, sobre todo con éste que parece tan inverosímil; el proto-surrealista Lautréamont (1846 -1870) y la proto-decapitada Dolores Veintimilla (1829 – 1857). ¿Cómo fue que el poeta uruguayo-francés tan famoso en todo círculo artístico llegó a conocer a la poetisa ecuatoriana de la que aún en su país de origen sigue siendo una desconocida? Es algo grato en verdad. A continuación el párrafo, extracto de su Poésies I, donde Isidore Lucien Ducasse (verdadero nombre del Conde) menciona a Dolores: 

Constato, con amargura, que no quedan más que algunas gotas de sangre en las arterias de nuestras tísicas épocas. Desde los lloriqueos odiosos y especiales, patentados sin garantía de un punto de referencia, de los Jean-Jacques Rousseau, de los Chateaubriand y de las nodrizas con bragas de niño de pecho Obermann, a través de los demás poetas que se han revolcado en el fango impuro, hasta el sueño de Jean-Paul, el suicidio de Dolores Veintimilla, el Cuervo de Alían, la Comedia Infernal del polaco, los ojos sanguinarios de Zorrilla, y el inmortal cáncer. Una Carroña, que pintó antaño, con amor, el amante mórbido de la Venus hotentote, los dolores inverosímiles que este siglo ha creado para sí mismo, en su querer monótono y repugnante, lo han vuelto tísico. ¡Larvas absorbentes en su letargo insoportable!

Para muchos esta mención no pasará de una nimiedad sin importancia y sin relevancia histórica, pero para el amante de la literatura -sobre todo el ecuatoriano- significa algo por demás relevante. Se trata de uno de los grandes exponentes de la literatura mundial y su conocimiento de una de las poetisas más importantes del país, en tiempos que ésta no era conocida ‘ni por su mamá’ como reza el vulgo, aquí radica la extrañeza del suceso y precisamente por esto ha sido materia de estudio e investigación a lo largo de siglos. Hace poco (2012) el investigador uruguayo Ruperto Long llegaba al país con un libro sobre la vida del Conde donde mencionaba su conexión con Veintimilla, ‘agitando el avispero’ del círculo intelecual/oide ecuatoriano y dejar sobre la mesa la investigación del cómo se dio el nexo.

Este dilema, sin embargo, al parecer ya ha sido solucionado por la investigadora ecuatoriana María Helena Barrera-Agarwal quien menciona que muy probablemente se dio gracias al escritor peruano Ricardo Palma, quien en 1861 publicaba un ensayo sobre Dolores y su trágico suicidio. Este ensayo pudo haber llegado a manos de Isidore en una de sus visitas a su natal Uruguay, ya que Palma tenía gran difusión en Sudamérica, y tan tan, fin del misterio. ¿O acaso todavía no? La verdadera respuesta la sabremos en una de aquellas visitas pagadas en la máquina del tiempo, por ahora solo nos toca seguir imaginando. 

Aparte de este entrelazo literario, las dos figuras comparten más puntos en común: el haber fallecido jóvenes por ejemplo, Isidore víctima de una misteriosa fiebre y Dolores tomando cianuro de potasio acabando así con su vida llena de problemas personales; prácticamente desconocidos y menospreciados en su tiempo; reconocidos por el público y la crítica solo después de su muerte; ser considerados pioneros y hasta mártires de movimientos artísticos que ellos no llegarían a ver, el Dadaismo de Tristan Tzara y el Surrealismo de André Breton en el caso del Conde, y los textos de la Generación Decapitada en el caso de Dolores. 

La obra más famosa del Conde es, sin duda, los Cantos de Maldoror, el único libro que llegó a publicar en vida, epítome de ‘maldad’ pura y cuna de imágenes surrealistas y versos dadá, sus textos les serán muy familiares a lo que han visto parir de Dalí y Buñuel. Con esta obra el Conde alcanzó la inmortalidad logrando calar hasta lo más hondo de cada generación que llega a leerlo y llegando a inspirar nuevas formas de hacer arte, como ya lo hemos visto. En el caso de Dolores, su poesía fue casi totalmente destruida por ella misma, sin embargo algunos poemas han sido recopilados, siendo el más famoso el hermoso poema titulado Quejas, donde expresa su dolor de una forma sublime. Espero que con esto se incremente la atención a la obra de poetas ecuatorianos, obra por demás desconocida e infravalorada sobre todo por los mismos ecuatorianos. Por supuesto que me quedo corto al «reseñar» a estos monstruos de la literatura, pero estoy seguro ya los revisitaremos en otra ocasión. En el adiós se llega a las poesías:

Los cantos de Maldoror, Canto Sexto [Fragmento]

La suma de los días no cuenta ya cuando se trata de apreciar la capacidad intelectual de un rostro serio. Sé leer la edad en las líneas fisiognómicas de la frente: ¡tiene dieciséis años y cuatro meses! Es bello como la retractilidad de las garras en las aves de rapiña; o, también, como la incertidumbre de los movimientos musculares en las llagas de las partes blandas de la región cervical posterior; o mejor, como esa ratonera perpetua, constantemente tendida de nuevo por el animal atrapado, que puede cazar por sí sola, indefinidamente, roedores y funcionar, incluso, oculta bajo la paja; y, sobre todo, como el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección.

Dolores Veintimilla – Quejas

¡Y amarle pude!… al sol de la existencia
se abría apenas soñadora el alma…
Perdió mi pobre corazón su calma
desde el fatal instante en que le halle.
Sus palabras sonaron en mi oído
como música blanda y deliciosa;
subió a mi rostro el tinte de la rosa;
como la hoja en el árbol vacilé.
Su imagen en el sueño me acosaba
siempre halagüeña, siempre enamorada;
mil veces sorprendiste, madre amada,
en mi boca un suspiro abrasador.
Y era él quien lo arrancaba de mi pecho
él, la fascinación de mis sentidos;
él, ideal de mis sueños más queridos;
él, mi primero, mi ferviente amor.
Sin él, para mí, el campo placentero
en vez de flores me obsequiaba abrojos
sin él eran sombríos a mis ojos
del sol los rayos en el mes de abril.
Vivía de su vida aprisionada;
era el centro de mi alma el amor suyo,
era mi aspiración, era mi orgullo…
¿Por qué tan presto me olvidaba el vil?
No es mío ya su amor que a otra prefiere
sus caricias son frías como el hielo.
Es mentira su fe, finge desvelo…
Mas no me engañará con su ficción.
¡Y amarle pude delirante, loca!
¡No! mi altivez no sufre su maltrato;
y si a olvidar no alcanzas al ingrato
¡te arrancaré del pecho, corazón!